domingo, 28 de noviembre de 2010
sábado, 27 de noviembre de 2010
(Algún día de octubre o septiembre)
¿Será que la más fuerte marea declina ante lo escrito?
Tal vez es así. Destino y soledad de la mano, arcas de sometimiento y hastío, la llanura de una sensibilidad disfrazada y las rocas firmes de frialdad... una frialdad ensayada.
No vale. Pero resulta.
Y decir vida ya no tiene más que una inclinación poética, artística, médica, literaria.
El hurto más inocente, el crimen más grave, se ensombran en el mismo rincón.
Hordas de fuegos incontenibles, irreverentes, intespetuosos. Todo ahí. Ahí y afuera. A cualquiera.
Estalla el cuerpo, hierve el pecho, desandando enormes distancias.
Pero es así.
Vida ya no significa y cauces deshidratados terminan de agrietarse inmundos, solitarios e innumerables.
¿Será que la más fuerte marea declina ante lo escrito?
Tal vez es así. Destino y soledad de la mano, arcas de sometimiento y hastío, la llanura de una sensibilidad disfrazada y las rocas firmes de frialdad... una frialdad ensayada.
No vale. Pero resulta.
Y decir vida ya no tiene más que una inclinación poética, artística, médica, literaria.
El hurto más inocente, el crimen más grave, se ensombran en el mismo rincón.
Hordas de fuegos incontenibles, irreverentes, intespetuosos. Todo ahí. Ahí y afuera. A cualquiera.
Estalla el cuerpo, hierve el pecho, desandando enormes distancias.
Pero es así.
Vida ya no significa y cauces deshidratados terminan de agrietarse inmundos, solitarios e innumerables.
11/09/10
“¿Cómo se cuidan los pensamientos?”, le pregunté a mi mamá, que con algo de perplejidad me miró en silencio y luego, aliviada, empezó a tratar de elaborar una respuesta.
Hoy me regalaron uno, un pensamiento. Fue para el día del maestro. Sí, soy maestra, de profesión docente. Cómo le va. Y se ve que a lxs maestrxs nos faltan pensamientos, porque en nuestro día nos dieron uno a cada unx. Bah, si empiezo a hurgar, creo que son 2 ó 3. Quién sabe. Es muy difícil desemarañar pensamientos. Lo cargué todo el día. Elegí el que más me gustaba (descarté los parecidos a los que tengo)y partí. Al principio no estaba segura... todos los pensamientos tienen algo de atractivo. Pero finalmente me decidí. A medias tintas, como siempre, y sin demasiado riesgo, me apropié del que no era ni muy fuerte ni muy suave, ni muy lleno, ni muy vacío. Llevé el mediocre. El que encajaba conmigo. Y me pareció un pensamiento muy bello. Fui a trabajar con él, volví a mi casa y lo alimenté, para no perderlo.
Ahí me dí cuenta que los pensamientos pueden morir si no se los cuida. Y concluí, no con poca preocupación, que debía hacer algo (no siempre nos regalan pensamientos, y me pareció algo bonito para adornar mi cotideaneidad).
Fue entonces que, sosteniéndolo para no perderlo, para contemplarlo, parada bajo el marco de una puerta (que ni idea a dónde llevaba), pregunté: “Ma, ¿cómo se cuidan los pensamientos?”.
-“No necesitan mucho cuidado. Los pensamientos son fuertes. Eso sí, sacalos afuera. Les gusta el sol. Y no te olvides de regarlos”.
-“Ni loca”.
“¿Cómo se cuidan los pensamientos?”, le pregunté a mi mamá, que con algo de perplejidad me miró en silencio y luego, aliviada, empezó a tratar de elaborar una respuesta.
Hoy me regalaron uno, un pensamiento. Fue para el día del maestro. Sí, soy maestra, de profesión docente. Cómo le va. Y se ve que a lxs maestrxs nos faltan pensamientos, porque en nuestro día nos dieron uno a cada unx. Bah, si empiezo a hurgar, creo que son 2 ó 3. Quién sabe. Es muy difícil desemarañar pensamientos. Lo cargué todo el día. Elegí el que más me gustaba (descarté los parecidos a los que tengo)y partí. Al principio no estaba segura... todos los pensamientos tienen algo de atractivo. Pero finalmente me decidí. A medias tintas, como siempre, y sin demasiado riesgo, me apropié del que no era ni muy fuerte ni muy suave, ni muy lleno, ni muy vacío. Llevé el mediocre. El que encajaba conmigo. Y me pareció un pensamiento muy bello. Fui a trabajar con él, volví a mi casa y lo alimenté, para no perderlo.
Ahí me dí cuenta que los pensamientos pueden morir si no se los cuida. Y concluí, no con poca preocupación, que debía hacer algo (no siempre nos regalan pensamientos, y me pareció algo bonito para adornar mi cotideaneidad).
Fue entonces que, sosteniéndolo para no perderlo, para contemplarlo, parada bajo el marco de una puerta (que ni idea a dónde llevaba), pregunté: “Ma, ¿cómo se cuidan los pensamientos?”.
-“No necesitan mucho cuidado. Los pensamientos son fuertes. Eso sí, sacalos afuera. Les gusta el sol. Y no te olvides de regarlos”.
-“Ni loca”.
lunes, 18 de agosto de 2008
Noche
jueves, 14 de agosto de 2008
Casa Tomada
Backupeando mi pc, encontré esto que escribí el 16 de mayo tipo 3 am (sí, era viernes, ¿cuan hippie se puede ser de forma involuntaria?). Tres meses después, tiene otro sentido.
-“Te quiero mucho”-…
-“Yo también, sino no estaría acá”-…
Y abriendo, casi sin fuerzas, la puerta de un taxi, me embarqué en el refugio de la soledad.
-“Paremos en un quisco, por favor… en situaciones tensas, el tabaco es el mejor amigo”-
-“No la veo tensa, señorita, más bien la veo relajada”-…
Claro, ese es el punto.
El abrazo, extrajo, desde el más interno de mis recovecos, hasta el último retoño de energía. Y lo sentía, no era porque me lo hubiera pedido, ni siquiera porque lo hubiera preguntado. Era porque era necesario… aunque a veces no lo sea.
miércoles, 3 de octubre de 2007
jueves, 13 de septiembre de 2007
Sobre mi Final
(a pedido y sin post producción)
13/02/06
Si tuviera que hacer una carta suicida, seguramente pondría que me cansé, que ya no tengo fuerzas y que no entiendo ni soporto el pesar de mi propio existir. Seguramente, en un rapto de generosidad, distribuiría mis bienes entre los seres queridos, quienes no se sorprenderían si tal vez sólo recibieran un cd (grabado). Es probable también que me remitiera a bellos momentos de la infancia, los recordara con dulzura y especialmente (como es usual en las personas que se disponen a quitarse la vida) con nostalgia. Creo con un 90% de seguridad que redactaría odas enteras dedicadas a mis padres, expresándoles mi amor, mi agradecimiento y, por que no, mi rencor. Cabe destacar que esto último lo pensaría dos veces, pero luego lo aprobaría justificando mi ausencia ante cualquier reclamo. Definitivamente, le dejaría bien claro a esa persona que ya no la amo más, o que nunca la amé realmente o, mejor dicho, que lo voy a amar eternamente... pero que no se asombre ni se asuste, ya no voy a estar para pedirle explicaciones. Haría también una lista de todos aquellos a los que les debo un perdón pero también de los que les debo un gracias, aunque con más énfasis nombraría a todos los que me lo deben a mí. Quizás le tocaría una hoja a cada uno de mis amigos, expresándoles mis sentimientos, asegurándome que cada hoja esté por separado, para que puedan desglosar la carta y llevarse, a modo de souvenir de mi triste final, el segmento que a cada uno corresponda. Sin dudas haría lo mismo con todos los integrantes de mi gran y amada familia (los que se llevarían un par de sorpresas si espían lo que le tocó al que tienen al lado). Dejaría también por escrito, cosas escandalosas con las cuales pudieran entretenerse largo rato, palabras llenas de odio y dolor bien disimulados, y me divertiría viendo (desde mi lugar en el ¿Más Allá?) cuánto tardan en descubrirlo y quién es el primero que lo hace. Es factible que se me de, además, por dedicar dulces, tiernas, dulcísimas, tiernísimas palabras al final de mi carta, para que todos vuelvan a sus casas recordándome con lágrimas en los ojos.
Si tuviera que hacer una carta suicida, sería tan pero tan larga que al terminarla no recordaría por qué la empecé y tal vez creería que estaba escribiendo una novela y, posiblemente, saldría a publicarla.
Si tuviera que hacer una carta suicida, la escribiría con tinta roja.
Si tuviera que hacer una carta suicida, nunca, pero nunca, mencionaría la verdadera razón de mi muerte.
Si tuviera que escribir una carta suicida, no me suicidaría.
La vida es extraña... pero me encanta.
SOFIA
13/02/06
Si tuviera que hacer una carta suicida, seguramente pondría que me cansé, que ya no tengo fuerzas y que no entiendo ni soporto el pesar de mi propio existir. Seguramente, en un rapto de generosidad, distribuiría mis bienes entre los seres queridos, quienes no se sorprenderían si tal vez sólo recibieran un cd (grabado). Es probable también que me remitiera a bellos momentos de la infancia, los recordara con dulzura y especialmente (como es usual en las personas que se disponen a quitarse la vida) con nostalgia. Creo con un 90% de seguridad que redactaría odas enteras dedicadas a mis padres, expresándoles mi amor, mi agradecimiento y, por que no, mi rencor. Cabe destacar que esto último lo pensaría dos veces, pero luego lo aprobaría justificando mi ausencia ante cualquier reclamo. Definitivamente, le dejaría bien claro a esa persona que ya no la amo más, o que nunca la amé realmente o, mejor dicho, que lo voy a amar eternamente... pero que no se asombre ni se asuste, ya no voy a estar para pedirle explicaciones. Haría también una lista de todos aquellos a los que les debo un perdón pero también de los que les debo un gracias, aunque con más énfasis nombraría a todos los que me lo deben a mí. Quizás le tocaría una hoja a cada uno de mis amigos, expresándoles mis sentimientos, asegurándome que cada hoja esté por separado, para que puedan desglosar la carta y llevarse, a modo de souvenir de mi triste final, el segmento que a cada uno corresponda. Sin dudas haría lo mismo con todos los integrantes de mi gran y amada familia (los que se llevarían un par de sorpresas si espían lo que le tocó al que tienen al lado). Dejaría también por escrito, cosas escandalosas con las cuales pudieran entretenerse largo rato, palabras llenas de odio y dolor bien disimulados, y me divertiría viendo (desde mi lugar en el ¿Más Allá?) cuánto tardan en descubrirlo y quién es el primero que lo hace. Es factible que se me de, además, por dedicar dulces, tiernas, dulcísimas, tiernísimas palabras al final de mi carta, para que todos vuelvan a sus casas recordándome con lágrimas en los ojos.
Si tuviera que hacer una carta suicida, sería tan pero tan larga que al terminarla no recordaría por qué la empecé y tal vez creería que estaba escribiendo una novela y, posiblemente, saldría a publicarla.
Si tuviera que hacer una carta suicida, la escribiría con tinta roja.
Si tuviera que hacer una carta suicida, nunca, pero nunca, mencionaría la verdadera razón de mi muerte.
Si tuviera que escribir una carta suicida, no me suicidaría.
La vida es extraña... pero me encanta.
SOFIA
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