11/09/10
“¿Cómo se cuidan los pensamientos?”, le pregunté a mi mamá, que con algo de perplejidad me miró en silencio y luego, aliviada, empezó a tratar de elaborar una respuesta.
Hoy me regalaron uno, un pensamiento. Fue para el día del maestro. Sí, soy maestra, de profesión docente. Cómo le va. Y se ve que a lxs maestrxs nos faltan pensamientos, porque en nuestro día nos dieron uno a cada unx. Bah, si empiezo a hurgar, creo que son 2 ó 3. Quién sabe. Es muy difícil desemarañar pensamientos. Lo cargué todo el día. Elegí el que más me gustaba (descarté los parecidos a los que tengo)y partí. Al principio no estaba segura... todos los pensamientos tienen algo de atractivo. Pero finalmente me decidí. A medias tintas, como siempre, y sin demasiado riesgo, me apropié del que no era ni muy fuerte ni muy suave, ni muy lleno, ni muy vacío. Llevé el mediocre. El que encajaba conmigo. Y me pareció un pensamiento muy bello. Fui a trabajar con él, volví a mi casa y lo alimenté, para no perderlo.
Ahí me dí cuenta que los pensamientos pueden morir si no se los cuida. Y concluí, no con poca preocupación, que debía hacer algo (no siempre nos regalan pensamientos, y me pareció algo bonito para adornar mi cotideaneidad).
Fue entonces que, sosteniéndolo para no perderlo, para contemplarlo, parada bajo el marco de una puerta (que ni idea a dónde llevaba), pregunté: “Ma, ¿cómo se cuidan los pensamientos?”.
-“No necesitan mucho cuidado. Los pensamientos son fuertes. Eso sí, sacalos afuera. Les gusta el sol. Y no te olvides de regarlos”.
-“Ni loca”.
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